Debo quemar las naves y botar los puentes
que me llevan de regreso.
Hay un lugar en mi mente que es un pantano
y dentro del pantano hay una sirena que me llama.
Quiere que me quede con ella, que escuche para siempre su cantar.
Voy siempre, ahora menos, pero la visito y la observo,
desde arriba, con cautela, pero con ganas de saltar y abrazarla.
Debo quemar las naves y botar los puentes,
la desprecio.
Tiene una dulzura demoníaca, empalagosa, maligna, grandiosa.
Tres noches atrás agarré el carro, aceleré y manejé con furia hasta ella,
me acerqué demasiado, estuve a punto de darle un beso.
No puedo volver, no quiero volver, espero no volver.
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